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Con los ojos del alma ( I )

Relatos Dreamers

El viento soplaba aquella noche desde el norte, trayendo el frío cortante de las montañas y el aullido de los lobos, ambas cosas capaces de poner los pelos de punta al posadero, que en ese momento recogía perezosamente los cacharros de la cena antes del cierre del local. Confiaba en que a nadie se le ocurriría aparecer por allí aquella madrugada en la que las heladas podían sorprenderte y convertir tus orejas en carámbanos de hielo en menos de cinco minutos.Añadir Anotación
Soros, que así se llamaba el dueño de la pequeña pero concurrida posada “El halcón de plata”, una vez se sintió satisfecho con la labor de limpieza llevada a cabo, se quitó el delantal, tomó una vela y, asegurándose de que los rescoldos de la hoguera no podían causar ningún accidente, se retiró a su habitación.Añadir Anotación
Se dio un baño caliente y se puso la ropa de dormir, mientras se deleitaba pensando en todas las horas de placentero sueño de las cuales iba a disfrutar. Llevaba madrugando a las cinco de la mañana toda la semana, habiéndose acostado a la una o las dos. A pesar del frío, los festivales de invierno que se celebraban en los pueblos cercanos atraían a gentes y comerciantes de todo el país, de modo que no le había faltado trabajo.Añadir Anotación
Pero aquella noche era temprano, y mañana, con el frío y el hielo, no aparecería nadie hasta que el sol estuviese bien alto en el cielo. Frotándose las manos, Soros se dispuso a introducirse en su cama, cuando tres golpes hicieron retumbar el edificio entero.
El posadero se quedó un rato paralizado, pensando qué había hecho él para merecer aquello. Los golpes volvieron a repetirse, esta vez más fuerte y más rápido. Soros, aunque fastidiado, era un buen hombre al que le gustaba su trabajo, y poniéndose una bata por encima, cogió el candil y bajó a abrir la posada.Añadir Anotación
En la puerta había una figura cubierta por una capa con capucha oscura, apenas discernible del paisaje que se adivinaba tras él.
- Disculpadme, señor- dijo la figura, con una voz masculina debilitada por el frío-. Si sois tan amable, ¿podríais ofrecerme un rincón junto al fuego para mi y mi amigo? Está casi congelado…
- P…por supuesto, caballero, pasad- dijo el posadero tras la confusión inicial-. Tendréis que esperar un poco a que avive el fuego, acababa de apagarlo casi por completo…
Soros franqueó amablemente el paso al hombre, que raudamente se introdujo en la posada y se acercó a la chimenea, donde los restos de la hoguera todavía agonizaban lentamente.
- Pero…pero…¿y vuestro amigo?- exclamó el posadero, pero se interrumpió al ver que el hombre se sentaba y descubría lentamente un bulto que acunaba en los brazos.
Soros se acercó rápidamente y echó varios troncos a la chimenea, sin quitar un ojo de encima al hombre acomodado en el suelo y al bulto que transportaba, que era considerablemente grande. En apenas un minuto, el fuego ardía alegremente en el hogar. Soros se sacudió las manos, satisfecho.
- Mil gracias, buen hombre- susurró el visitante. El posadero se volvió y pudo ver entonces lo que sostenía el hombre entre sus brazos.
Era un gato. Pero no un gato normal, como los que se ven en las casas. Su pelo húmedo era de color pardusco atigrado, y largo y esponjoso como el hombre no había visto nunca…y su tamaño…era el doble de el de un gato casero bien crecido. Sus ojos estaba cerrados, y temblaba en los brazos del hombre. Parecía estar sufriendo mucho.Añadir Anotación
- No está acostumbrado a estas temperaturas- añadió el hombre con la voz teñida de preocupación, acercando al felino todo lo posible a la chimenea.
- Benditos sean los dioses…nunca había visto un animal así…- comentó el posadero, con la boca abierta de admiración.
El visitante le dirigió una mirada sombria.
- Pocos han visto un animal así, por suerte-repuso con seriedad-. Si se dejarán ver por los humanos estaría todos muertos ahora.
El posadero sostuvo un segundo la mirada del hombre, que relucía oscura a la luz de la chimenea.
- Os traeré algo caliente para beber- ofreció Soros, rompiendo el incómodo silencio tras unos instantes-. Y para vuestro compañero un poco de leche tibia, ¿os parece bien? Eso le repondrá- añadió, dirigiendo una mirada compasiva al pobre animal, cuyos bigotes estaban recubiertos de escarcha. Se dirigió hacia la cocina con paso ligero, pero el hombre le detuvo.Añadir Anotación
- No, gracias, posadero. No dispongo de dinero para pagaros por vuestros servicios. Es suficiente con que nos dejeis entrar en calor durante un par de horas, o menos. Cualquier cosa será bienvenida…
- Ah, callad- le interrumpió el posadero con una sonrisa-. Nadie que se pare en mi puerta pasará hambre o frío, sea cual sea el peso de su bolsillo.
Pronto regresó de la cocina con un cuenco de leche, que depositó junto a la chimenea, y una taza ancha para el hombre.
- Tomadlo en cuanto podáis, que no se enfríe- dijo tendiéndole el tazón al hombre-. Es un caldo casero reconstituyente. Capaz de levantar a un muerto- añadió guiñando un ojo.
- Os pido perdón por mi rudeza- se disculpó el hombre, tomando el tazón caliente entre sus manos- Sois muy amable con nosotros. Este- dijo señalando al gato, que al parecer comenzaba a recuperarse con el calor y ahora miraba al posadero son unos ojos tan verdes como los brotes de hierba tras el deshielo- es uno de los últimos seres que quedan de su raza. La mayoría han muerto a manos de los humanos.Añadir Anotación
- Comprendo- señaló apesadumbrado el posadero, al tiempo que acercaba el cuenco al felino, que comenzó a beber ávidamente. Su mirada fue del gato al hombre. Éste se había retirado la capucha, dejando a la vista un rostro joven pero curtido, de ojos oscuros pero cálidos, que albergaban un brillo de preocupación o melancolía que, Soros sintió sin saber por qué, arrastraba consigo siempre. El pelo castaño oscuro le caía en una maraña ondulada a la altura de los hombros. Una barba desaliñada cubría a gran parte de su mentón, ancho y decidido. Se sorprendió pensando que era un curioso contraste con aquella mirada perdida y melancólica.Añadir Anotación
El gato regresó a los brazos del hombre tras acabarse el cuenco de leche, y este volvió su atención inmediatamente a él y le acarició el lomo con suavidad.
- Te sientes mejor, ¿verdad?- susurró con una sonrisa-. Espera- añadió apartándolo de su regazo-. Yo también tengo que acabarme el mío- añadió mirando al posadero.
- ¿Cuál es vuestro nombre?- le preguntó Soros.
- Emyst- repuso el joven-. Y él se llama Daeron.
- Bonito nombre- comentó Soros-. Es un animal precioso, realmente precioso- observó, mientras el gato jugueteaba tratando de volver el cuenco de leche vacío. El pelo del felino comenzaba a secarse, quedando ahuecado y esponjoso, y relucía con colores otoñales a la luz de la hoguera, con tantos matices que al posadero le habría resultado imposible describir.Añadir Anotación
- Son animales muy raros, solo viven en el sur, en zonas muy concretas. Allí los llaman gatos silvestres- explicó Emyst, al tiempo que se tomaba el caldo con tranquilidad-. Hacia allí nos dirigimos, no pensé que el invierno llegaría tan pronto y tan fuerte a estas tierras… El viaje por las montañas ha sido realmente difícil. Creí que no lo lograríamos, sobre todo él.Añadir Anotación
- Ciertamente, las nevadas se han adelantado este año. De cualquier modo, si viajáis hacia el sur, no tardareis en encontrar temperaturas mas agradables.
- Eso espero- comentó el hombre-. Y sí, nos dirigimos hacia el sur. Daeron y yo volvemos a casa.
- ¿Y qué os trajo tan al norte, si no es indiscreción…?- inquirió Soros.
El hombre guardó silencio, al tiempo que contemplaba la hoguera con actitud pensativa.
- Eso sería una historia demasiado larga para contar ahora…No querría restaros horas de sueño- repuso Emyst.
- Comprendo- murmuró el posadero, interpretando clara y correctamente que la historia no era asunto de su incumbencia-. Bien, bueno, creo que haríais bien en retiraros a descansar
- ¿Descansar?- inquirió el hombre, sorprendido, y por un instante la perplejidad hizo desaparecer de sus ojos ese brillo perpetuo de seriedad y melancolía.
- Claro, no pretenderéis continuar el viaje en el estado en el que os encontráis y con la terrible noche que os aguarda ahí fuera…- insinuó el posadero-. Mis habitaciones están todas vacías, os proveeré de una cómoda con chimenea para vos y vuestro amigo.
- Pero…pero…
- No quiero oír más quejas ni más comentarios acerca de las telarañas que crecen o dejan de crecer en vuestro bolsillo, ¿está claro?- sentenció con firmeza el posadero, pero con una sonrisa, señalándoles el acceso a la planta superior.
El joven pareció dudar unos instantes, aún perplejo, hasta que, finalmente, echando una mirada de soslayo al felino, que entrecerraba los ojos frente al fuego, sonrió al posadero y asintió.
Soros, seguido de cerca por Emyst y el enorme gato, en brazos de su dueño, escoltó a sus inquilinos hasta una de las habitaciones individuales.
- Aquí tenéis, espero que sea de vuestro agrado- comentó, abriendo la puerta y precediéndolos hasta una pequeña pero acogedora habitación, que dispuso para ellos rápidamente.
Emyst abrió la boca, pero se sintió estúpido y volvió a cerrarla, sabedor de que no había frase que expresara lo que sentía en aquellos momentos.
- Que descanséis- se despidió casi antes de que se diera cuenta el posadero, con una amable sonrisa.
- Lo mismo para vos, posadero- replicó Emyst con sincera gratitud-. Y que los dioses os bendigan a vos y a vuestra familia por vuestra amabilidad.
Con un gesto de restar importancia con la mano, el posadero cerró la puerta, dejando a sus inquilinos a solas en la habitación.
Emyst se apresuró a encender el fuego, mientras el gato se aseaba con actitud perezosa encima de la cama. Cuando las llamas ardieron vivamente en el hogar, el joven se despojó de sus ropas, se lavó con el agua tibia que el posadero había subido con ellos en una palangana y se dejó caer sobre la cama. De inmediato el gato estuvo restregándose a su lado.Añadir Anotación
- Vaya, Daeron- comentó el joven reflexivamente-. Parece ser que todavía queda esperanza para los hombres, mientras haya gente como este posadero…
El gato emitió un quedo sonido y se restregó contra la mano del hombre, que sonrió.
- Creía que no lo contaríamos, de verdad…- dijo, rascando a Daeron tras las orejas. El ronroneo del animal se fundió con el chisporroteo de la lumbre, llenando la estancia de un cálido arrullo-. Y mira por donde, vamos a dormir bajo techo, calentitos y alimentados…No sé como voy a pagarle a ese hombre por todo esto…Sí, sí, ya se que lo ha hecho porque ha querido, pero…- repuso el hombre, mirando al gato, que había vuelto a maullar, como si comprendiera las palabras del joven.Añadir Anotación
- En fin, supongo que no tienes fuerzas ni para transformarte, ¿verdad?- inquirió Emyst-. Me lo imaginaba...- dijo casi inmediatamente, aunque aparentemente no había habido respuesta.- No voy a negarte que los pelos tienen su gracia a ratos, pero…
El gato se revolvió en la cama con un bufido, mirando acusadoramente a Emyst, que reía con una voz profunda sorprendentemente llena de calidez.
-Que remedio pues…- comentó a la vez que se arrebujaba en la cama, atrayendo al enorme felino hacia sí, que se tumbó en el acto junto a su dueño, olvidado el enfado. Emyst hundió los dedos en el espeso pelaje del animal, sintiendo la vibración del ronroneo a través de su mano, y acercó el rostro a la suave cabeza-. Tendré que compartir cama con un gato…Añadir Anotación
Daeron maulló suavemente en forma de protesta, pero sin moverse de su lado.
- Sí, por supuesto que sí...- murmuró Emyst medio dormido-. Con el gato al que quiero…sobre todas las cosas…Añadir Anotación


Darja Vindemar

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Darja, 5 de Agosto de 2005
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